jueves, 3 de septiembre de 2009

Diferentes formas de mirar (y los locos)

Siempre busco situaciones en los trenes. Quién sabe por que, me gusta ese mundillo: el tren, el subte suelen tener algo de especial. Los rostros, las miradas penetrantes, intimidantes: hasta a veces dolorosas; esperen que me floreció una pregunta ¿puede una mirada generar algo tan profundo y hondo como lo es el dolor? Bueno supongo que si. En realidad no, cambio, afirmo que si (y con un si grande) aunque también hay miradas que no importan.
El tren parte de Belgrano hacia la majestuosa Retiro a las siete y treinta de la mañana, yo suelo partir con él a veces. En realidad para el común de la gente yo siempre estoy pero, a decir verdad. es mentira: parte mi cuerpo, mi mente suele descansar en casa (no creo que descanse): pensar en mis siete meses finales, eso no es precisamente descansar. ¿Qué harías vos si te comunican que sólo te quedan siete nefastos-hermosos-abominables meses de esta puta vida que ya lleva cuarenta años? ¿La lloras con tres minutos diarios como diría Cortázar? ¿La dejas pasar penosamente inmóvil, quieta, meciendo sola en la silla? O ¿decidís disfrutarla aunque llegues a rozar la locura por lo hecho?
Seguro querrás saber que llego hacer quién suscribe estas líneas (no creo que te interese tanto, o si depende el día: tal vez estas en mi misma situación y necesitas una respuesta óptima, aquí no esta pero, en fin….)
Intente por las instrucciones de Cortázar; intente aprender a llorar. Pero no pude (y eso que seguí todos los pasos que me decía Julio) pero no me resulto, me propuse mirar tele para que me generará tristeza (por que profundamente la odio: soy mujer de radio) pero no llegue más que aguantar un cuarto de hora.
Como tal instrucción fue pérdida de tiempo aplique la segunda opción de quedarme meciendo la silla en casa mirando el horizonte escuchando música, pero peor aún; la tranquilidad de la silla me generaba cansancio del aburrimiento.
Así que visto y considerando que ninguna de las dos anteriores no fueron bien logradas opte por lo que creía podría ser la mejor: rozar la locura: esa me gustaba (todos tenemos algo de loco en la vida: ¿Qué más da agregarle una pizca?).
Si intentara explicar mi locura, creo que ni llegaría a la décima parte.
¿Qué es ser loco? Los locos la mayoría de las veces son más coherentes que las denominadas personas “sanas”; ¿quien idiota tonto invento esa palabra? Insanas y sanas para mí son lo mismo: sólo una suma de vocal y consonante.
Hasta podría comprobarlo con ejemplos: el chiflado lunático de la vereda de enfrente-el cual todos ignoraban por tener estas características- siempre me solía-suele- decir que mi amor por el chico de rulos sigue intacto como la primera vez: ¿acaso miente? Dudo: siempre intente negar lo innegable, y defendí lo indefendible: al mocoso ese lo amo como la primera vez que pronunció una estúpida palabra de su boca.
¿Por qué terminé hablando de él?, eternamente me pasa lo mismo. La idea era explicar ser loca para así poder disfrutar mi corta vida que-supongo sin certeza- me queda y vuelvo una vez más ¿al mismo error? de nombrarlo: basta (¿no me alcanza ya con decir-y repetir-basta?) Parece que no.
Bueno creo que hay algo que aprendí todo este tiempo: el no callar (me siento que Nietzsche me habla en primera persona cuando pienso en el no callar: “decir lo que tu cabeza piensa”). Los locos no meditan demasiado y lo dicen y ya (si resulta una explosión que lo sea).
Así que comencé el procedimiento: no calle, ni llore cuando le comunique a mi madre que hartaba todos sus comentarios, sus conclusiones y sus posturas de la vida. Menos lo hice cuando en la empresa se enteraron que se quedaban con una menos y que debían contratar a alguien en ese preciso momento, además en absoluto disminuí mi voz para decirle lo ignorante que era mi primo en el concepto de la vida en general: ¡imbécil! Y la lista sigue… (Y eso que me faltaba el hombre de rulos, a ese lo deje para lo último: era la frutilla de una asquerosa torta) sin parar a cada uno. Todos me miraron mal de igual manera que miraban al viejo de enfrente ¿la verdad? Poco me importaba yo proseguía feliz; radiante (y sin una puta gripe).
Era la hora del chico de rulos, si de ese pánfilo. Una lágrima para él, y un cortado chico para mí. Nos miramos-pero no como la primera vez- el estaba viejo, más canoso, yo usando anteojos que antes no precisaba, en cambio Norberto, el mozo, como siempre: gordo, panzón y tal vez algo pelado.
Me pregunto como sabía que me estaba morir. Le dije no se, que importa: para ¿importa ahora? No.
Mi charla fue seca. Mi mirada era seca. Fui corta:
-No te quiero ver más: ni charla telefónica, ni café, ni cama esporádica: ¡somos libres! Encima el muy pánfilo me dice que no puede ser libre ¡pero querido yo no soy nada tuyo hace mucho tiempo!
- Bueno…pero algo
-Algo nada. Adiós. Paga vos que yo no tengo cambio. Ah, muy bueno el artículo del diario. Te van a dar un premio por el mejor sociólogo del país. Lástima que no pueda asistir. Para ese entonces ya no estoy.
-¿Cómo que no estas?
- Y creo que muero mañana. Se me hace tarde. Tengo turno en la peluquería. Mis uñas tienen que estar perfectas para el día que viene.
Y el día llegó, tanto lo espere y aquí esta: ¡por fin! Nadie me llamo (por suerte). Así que tome mi bolso y partí al aeropuerto (¿que pensaba morir en el avión?, no) creo que pensaba en mi viaje a Francia.
Es que no me acuerdo bien esto que conté recién por que era cuando tenía cuarenta y ahora ya tengo setenta y a veces-como le suele pasar a los locos-la memoria se me chifla.

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